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La ruralidad en las políticas públicas




© Foto: Cégé - El Monte, Chile (click para agrandar)
La ruralidad se disfruta, se contempla, se respira. Para muchos es una vía de escape, para otros, una realidad cotidiana. Algunos la consideran simplemente como “lo opuesto” a lo urbano. Pocos en cambio se detienen a definirla, a objetivarla, a clasificarla. La realidad rural pareciera ser más bien un fenómeno subjetivo, difícil de delimitar.

Un grupo particular de actores sociales, los gestores de políticas públicas, requiere sin embargo una clara y precisa definición de ruralidad. Ésta debe estar basada en criterios cuantificables y verificables. Dado el carácter de su misión –asignar los recursos públicos de manera inteligente con el objeto de mejorar el bienestar social–, el desafío que ello supone, posee un innegable carácter técnico.

La ruralidad es un fenómeno intrincado y multidimensional de tal complejidad, que a la hora de tomar decisiones, los gestores políticos se ven obligados a reducir la dimensión del fenómeno. Necesitan ser prácticos y hacer uso de modelos que simplifiquen la realidad a un nivel manejable. Deben establecer supuestos, muchas veces omitir variables y consiguientemente, obviar importantes dimensiones rurales difíciles de cuantificar y de valorizar, tales como la belleza paisajística, los derechos consuetudinarios y los entramados culturales. Éstos son excluidos de numerosas discusiones y decisiones políticas.

¿Cuál es el riesgo de obviar lo rural en toda su complejidad? Quizás el lector ya lo sospecha: que a los tomadores de decisiones se les pase la mano en su afán simplificador.

La mayor dificultad al momento de definir la ruralidad de un territorio, radica en su dicotomía, aquella que lo considera sólo como urbano o sólo como rural. Así simplemente, sin matices, sin figuras intermedias.

Ruralidad: algo más que olor a campo


En Chile, los criterios utilizados por el Instituto Nacional de Estadísticas para definir formalmente un territorio como rural, son de dos tipos: a) uno demográfico, es decir, la cantidad de población que vive en él; b) otro económico, referido al tipo de actividad productiva que lo sustenta.

Esto significa que las áreas con poca gente y/o en las que se practiquen principalmente actividades primarias como la agricultura o la pesca artesanal, son reconocidas oficialmente como rurales. Parece razonable. Ambos criterios maceran de hecho fuertemente nuestra percepción cotidiana respecto a los paisajes rurales.

Sin embargo, si avanzamos un poco en nuestra reflexión, inmediatamente nos encontramos con problemas.

En primer lugar, surge la dificultad referida a la norma misma con que el criterio oficial define ruralidad. Hay un límite específico e inflexible que no se condiciona a otras características particulares del entorno, el cual define un territorio como rural ya sea porque tiene poca gente, o bien porque está principalmente dedicado a las actividades primarias. Pero el por qué de estos límites, no cuenta con una explicación rigurosa.


Y además, ya ha sido planteado que estos criterios tienden a subestimar la ruralidad, definiendo como urbanos sectores en los que el olor a campo se percibe por todos lados. Así, mientras un sector con 1990 personas es rural, otro similar pero con 11 habitantes más, oficialmente no lo será.

Pero ésta es sólo una de las dimensiones del problema, quizás la menos importante. La mayor dificultad al momento de definir la ruralidad de un territorio, radica en su dicotomía, aquella que lo considera sólo como urbano o sólo como rural. Así simplemente, sin matices, sin figuras intermedias. Esto implica que se reconozcan como formalmente rurales, comunas que son disímiles.

Así, son entendidas como rurales por ejemplo Camiña y Talagante. La primera, aislada geográficamente, rica en patrimonio arqueológico, es una zona donde se practica una agricultura rudimentaria de autoconsumo por parte de productores que en su mayoría no saben leer y en donde decir que “no vive casi nadie”, está lejos de ser una exageración. La segunda en cambio, posee una agricultura eminentemente comercial, ubicada a pocos minutos de Santiago y en donde prácticamente todo el que quiera puede tener conexión a Internet.



Un territorio multi dimensional


Por lo tanto, preguntas tales como qué tan rural es cierta zona, o qué tipo de ruralidad es la que la caracteriza, quedan sin contestar. No existe una vara de medición concreta que permita comparar diferentes territorios. Normalmente el ideario colectivo que rescata la riqueza de cierta área en términos de sus recursos naturales, diversidad biológica o de su patrimonio cultural, no tiene una expresión funcional reconocida, o la tiene en un cuerpo legislativo disperso y parcial. No es fácil encontrar ejemplos en Chile de tal reduccionismo conceptual por parte del aparataje público.

Proponer una salida a esta discusión no es tarea sencilla, pese a que en otros países han tratado de abordar mejor el tema.

En Estados Unidos por ejemplo, existen diversas tipologías de territorios rurales y prácticamente una definición de “lo rural” por cada organismo federal con ámbito de competencia en la ruralidad. La definición no es dicotómica, sino que intenta –al menos parcialmente-


parcialmente– reconocer un gradiente de múltiples configuraciones que recojan simultáneamente dimensiones que vayan más allá de las estrictamente demográficas o económicas.

Así, estudios que intenten explicar los cambios sociales y económicos que afecten a los territorios y sociedades rurales, pueden hacer uso de un concepto de ruralidad diferente, dependiendo del caso de investigación (el efecto de los programas de desarrollo en áreas sub-urbanas sobre los precios de la tierra, por ejemplo).

El reconocimiento de la riqueza de los territorios rurales es por lo tanto más que un mero ejercicio intelectual. Tiene una directa implicancia en una adecuada toma de decisiones que repercutirán en múltiples aspectos de nuestras vidas y en el futuro de nuestra sociedad.

Ante ello, nos basta esperar entonces que los gestores de políticas nacionales reconozcan ésta realidad oportunamente.

Esteban Jara
Ing. Agrónomo, Ing. Forestal PUC
Magíster en Economía Agraria PUC


Lecturas recomendadas
  • Berdegué, J., E. Jara, F. Modrego, X. Sanclemente, A. Schejtman (2010). "Comunas Rurales de Chile". Doc. de trabajo n°60, Programa Dinámicas Territoriales Rurales. Rimisp, Chile.
  • INE (2005). Ciudades, Pueblos, Aldeas y Caseríos. Instituto Nacional de Estadísticas. Departamento de Geografía y Censos.
  • PNUD (2008). Desarrollo Humano en Chile Rural. Seis Millones por Nuevos Caminos. Santiago de Chile. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.

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